A los costaleros de la Amargura
A los costaleros de la Amargura.
Tenía que ser a esta hora, cuando se abrieran las puertas de par en par para encontrarte de nuevo, tan reluciente, tan hermosa, tan dolorosa.
Querida Madre.
Tenía que ser a esta hora, cuando nos reuniéramos de nuevo para sacarte en penitencia, para culminar el trabajo de un año, para expresarte nuestra devoción.
Tenía que ser a esta hora cuando el barrio Callonco te proclamara su Reina. Te quisiera dedicar sus pensamientos, sus oraciones, sus lamentos, sus sufrimientos.
Tendría que ser a esta hora cuando todos claváramos en ti nuestra mirada, sintiendo las penas que te afligen y que nos afligen, esperando el consuelo que nos infunde tu mirada.
Tendría que ser a esta hora cuando surgiera ese compañerismo. Surgieran esos abrazos, esos deseos y devoción que todos llevamos dentro, por tu amor, por tu cariño.
Pero no puede ser. No este año.
Nos llamarás pero no iremos.
Estaremos pensando, llorando, rezando. Estaremos sintiendo como nadie ese dolor que te aflige. Ese amor que procesas a las causas perdidas. Estaremos todos velando, por los que se van solos. Pidiendo por los que luchan por salvarnos. Estaremos deseando que todo pase para volver a llevarte, a portarte, a amarte, a sentir lo que tus costaleros solo sienten una vez al año.
«A los costaleros de la Amargura» es un artículo de Juan Ramón Garrido Minero