Semana Santa y olé (2): El Cachorro (saeta sevillana)
Como ya se indicó en el artículo anterior, la saeta es el palo genuino del sentimiento popular flamenco que envuelve a la Semana Santa; por tanto, vamos a encontrar numerosísimas marchas de palio que la introducen en su composición. Se me ocurre nombrar dos, muy diferentes, pero muy grandiosas. Una, La Esperanza de Triana (Manuel López Farfán, 1925), todo un santo y seña de las sesenta y seis marchas de la virgen de Triana; y la otra, A tí, Manué (Juan José Puntas, 1990), que tampoco se queda atrás en el repertorio que se lleva la Hermandad de Los Gitanos. Que me perdonen, pero pivotamos en Sevilla, off course. Claro que son geniales, también está claro que podría haber citado alguna otra por ellas, por supuesto que muchas marchas con una sección de saeta son dignas de mencionar, y que las habrá de dudoso acierto, también. Pero cuando se habla de flamenco, noveles, afición y profesionales distinguen con claridad el pellizco del duende. Más adelante se comprenderá.
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La Saeta.
Pero, llegado a este punto, no se puede proseguir sin hacer justicia. La saeta, letra del poema de Antonio Machado y composición de Joan Manuel Serrat (1969). Eso transciende el pellizco, el duende y lo que le echen. ¿Una genialidad? No, más aún: una obra de arte. Nótese el año de lanzamiento: mencionar en la dictadura a Lorca o Machado era mentar a la bicha, porque era recurrir a proscritos. Con las obras de arte no hay censura que se atreva. Y, aceptémoslo con claridad, la dictadura de Franco será una compañera de las semanas santa. Por eso, la Semana Santa le hizo justicia a La saeta de Serrat al adaptarla, con acierto, a marcha de palio.
No se puede negar que escuchando a Farfán y a Puntas, en alusión a las marchas indicadas, el ánimo tuerza en positivo para arrancar un olé. Pero en flamenco, cuando el asombro ayuda a paladear en el oído con mayor concentración las notas que se perciben, a esa situación se le llama duende. Sólo con el duende se consigue alcanzar una conclusión pura sin explicación; esa conclusión que se expresa con la oración impersonal “aquí hay flamenco”,es decir, no se puede atribuir a si la ejecución instrumental, la melodía, la cadena de notas de la composición, el compás o el tempo, o todo a la vez, donde se imprime el flamenco. Una cosa parecida a cuando los carnavaleros y carnavaleras, al escuchar una chirigota, decimos “esto suena a Cádiz”, aunque la chirigota sea de Santoña. Y no todas las marchas con saeta alcanzan el duende, aunque tengan pellizco. A partir de aquí, se abre el debate, e intervendrán para enriquecerlo cuantos currantes de la música se atrevan.
El Cachorro (saeta sevillana)
Con la marcha que en este escrito se trae, comienzo mi propuesta de análisis. Se trata de El Cachorro (saeta sevillana), de Pedro Gámez Laserna (1967). Esta marcha presenta una saeta, destinada a la interpretación de la sección de viento madera de la banda, muy fácil de identificar, pues resulta fiel a una saeta por toná. Es una marcha muy particular por varios motivos.
Empecemos hablando de su compositor. Gámez Laserna se formó en bandas civiles, pero profesionalmente ejerció, en gran medida, en bandas militares, principalmente en la conocida Banda del Regimiento de Infantería Soria Nº 9, como director. Más detalles al respecto: directores de la Soria 9 fueron López Farfán, Morales Muñoz o Abel Moreno Gómez (éste sí que nos suena, ¿verdad?). Y otra vez que nos aparece el triángulo amoroso de dictadura – ejército – iglesia. Evidentemente, de algo le viene el carácter militar a las marchas clásicas, con presencia de cornetas inevitable. No iba a ser menos Gámez Laserna, escuchando sus marchas macarenas coges paso marcialmente en modo automático (Pasa la Virgen Macarena, 1959). Por tanto, preparados para cuadrarse si quiere escuchar El Cachorro.
No me digan que se lo han creído. Pues miren que se lo advertí (me sonrío). Una particularidad de El Cachorro está en que es la marcha de palio menos militarizada de las que compuso. Aunque eso no la libra de una fanfarria final de cornetas. Civile (sic.), ma non troppo, diría el ortodoxo compositor. Parece ser que El Cachorro fue rescatada de otra marcha que compuso en su juventud, atisbada cuando era número de la banda municipal de Jódar, su localidad de origen, le pegó un cornetín de órdenes final y lista para recibir los oropeles procesionales. La música está llena de curiosidades, y una de ellas, muy común entre los compositores, está en el reciclaje y la reutilización. Ecología musical lo llamaría yo, de la que ni Mozart se escapó.
A diferencia de otras marchas, no está el flamenco tan presente en toda su extensión, pero sí en el tratamiento de la saeta. Gámez Laserna pretende llevarla a reflejar fielmente su ejecución, prestando la sección de viento madera como la garganta del cantaor o cantaora, a diferencia de otros compositores, que se deciden por el viento metal de los tonos más agudos. Con ello, la saeta gana en virtuosismo para ejecutar las frases y uniforma las distintas intensidades que el compositor imprime en distintas partes, aunque la remata en un crescendo final. Es tal la fidelidad a la saeta, que incluso esta sección comienza, en esa garganta prestada de la madera, con el típico calentamiento de voz al inicio del palo.
Pero siguiendo con el tratamiento de esta saeta, lo que llama la atención, y también hace excepcional esta composición, es el acompañamiento en contrapunto de las otras secciones de la banda, en la que toman protagonismo los saxos. Gámez parece ofrecer en esta marcha los compases que podría llevar un acompañamiento de guitarra no sólo a la saeta, sino a los palos derivados de la toná, que, como se ha mencionado, son cantes a palo seco. No obstante, la fidelidad a la saeta y al flamenco es tal, que se percibe que, particularmente la saeta, bien puede carecer de guitarra, pues el transcurso de ésta, interpretado por la madera, salta independiente de la ejecución de toda la composición de la marcha, aunque necesite del contrapunto para completarla.
Para redondear toda la marcha y darle acomodo a la saeta, la obra comienza con unos stacattos que simulan el racheo de las alpargatas de los cargadores en el obligado silencio de la salida del paso de misterio, y más tratándose de un crucificado. Justo antes de la saeta, la banda pide silencio y respeto para su interpretación con metal de bombardinos y trompetas, ante la simulación del la cascada del cuchicheo de los espectadores, con un glissando in descrescendo de flautas y clarinetes. La marcha El Cachorro cierra con la carga militar de trompetas y cornetas como final apoteósico de la saeta sevillana.
Escucharemos El Cachorro (saeta sevillana), de Pedro Gámez Laserna (1967) en las siguientes dos versiones:
Grabación de estudio: Banda Municipal de Sevilla, dirección sin identificar, 2000.
Grabación de ejecución en procesión: Banda de Música Maestro Tejera, Hermandad de la Santa Cena de Sevilla, Domingo de Ramos, abril de 2019.
José Manuel Gómez Jáñez.
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«La saeta: Semana Santa flamenca y olé«, por José Manuel Gómez Jáñez.